Si
se parte de la premisa que la obesidad infantil no debe combatirse a sí misma,
sino a la persona que tiene hábitos no favorecedores con los alimentos, las
estrategias de intervención deben ser multidisciplinarias para que el infante
pueda prevenir, reducir el peso sin alterar su crecimiento óptimo y mantener
las conductas favorables para lograr una transformación real de actitudes,
estilos de vida y hábitos.
Por lo anterior, las
estrategias de salud física y mental que surgen de lo general a lo particular
cada vez más incorporan la idea de “abordar psicológicamente este problema con
un enfoque que considere tanto la etiología como el mantenimiento de la
obesidad, las variables cognitivas (creencias), variables afectivas (manejo de
estados emocionales displacenteros) y variables ambientales (costumbres,
hábitos familiares)” (García, 2018).
Así,
instituciones públicas, médicos nutricionistas, psicólogos, comunicadores,
maestros y la propia familia inciden en modificar los patrones de alimentación en
el niño para reducir su obesidad. Estas estrategias pueden clasificarse en:
·
Políticas públicas
gubernamentales, como regulación de la publicidad de productos dañinos, etiquetado
nutrimental, reparto de desayunos escolares equilibrados nutrimentalmente
·
Programas de salud encabezadas
por instituciones (p. ej. Chécate, Mídete, Muévete)
·
Publicidad y campañas de salud
(enfocadas a romper los estereotipos, la disminución de comida chatarra, etc.)
·
Tratamiento médico y estético
(uso de fármacos y cirugías)
·
Intervención psicológica,
para tratar el problema de raíz
·
Influencia escolar, para
reforzar desde el conocimiento y la información los hábitos saludables
·
Influencia familiar, como
apoyo social del círculo más cercano del infante en la modificación de nuevos hábitos
IMSS (s.f). Cartel de campaña de salud Chécate, Mídete, Muévete dirigido a la población en general. Recuperado de: https://www.gob.mx/imss/galerias/checate-midete-muevete-154018
No
obstante, es importante señalar que el uso de una estrategia no es funcional y resulta
insuficientes si no se combinan con otras, con mayor importancia en el apoyo
familiar, para lograr no solo la reducción de peso sino la transformación de
los hábitos alimenticios para mantenerlo.
Como lo menciona Hernández (2011), “la implementación
de las estrategias y acciones para prevenir la obesidad infantil requiere la participación
continua y comprometida de diversos segmentos de la sociedad. Aunque el
gobierno y sus instancias, organizaciones civiles, industria y agencias se
involucren en el diseño e implementación de programas y estrategias, no tendrán
el éxito deseado, a menos que exista la participación de las familias, escuelas
y comunidades para crear ambientes saludables y promover estilos de vida adecuados”
(p.47).
Hernández (2011), Actores principales involucrados en la prevención de obesidad infantil, p. 49.
Además, también se requiere un arduo trabajo del niño en la autopercepción y autocontrol, para no incidir negativamente en el aspecto emocional, la autoestima, la imagen corporal, y la motivación que puedan afectar el tratamiento.
Debate entre el cambio real o temporal derivado de las
intervenciones para el control de la obesidad infantil
Una de las disputas y reacciones que hay en la comunidad de
los profesionales de la salud, incluyendo médicos, nutricionistas, fisiólogos o psicólogos es sobre los objetivos que tiene cada programa en el tratamiento
de la obesidad infantil pues la mayoría de los programas que pretenden
combatirla, se dirigen a atacar las conductas actuales del infante sobre su
alimentación sin considerar el origen y los comportamientos que mantiene el
niño sobre la ingesta de comida.
Así, la intervención psicoeducativa que se da en la escuela y
en la casa no bastan para poder lograr el cambio de la percepción sobre los
alimentos, pues las técnicas se quedan a nivel informativo sin tomar en cuenta los
factores psicosociales y estilos de vida familiares para lograr un cambio real.
Fairytale Elina (s.f.) Niños comiendo, Recuperado de: https://www.pexels.com/es-es/foto/comida-nina-comiendo-mono-6202059/
“En muchos casos al niño desde pequeño se le proporciona
afecto positivo o recompensa si ingiere cantidades grandes de alimentos y en
periodos cortos. Las recompensas alimentarias sustituyen a las afectivas, y se
basan en proporcionar productos ricos en carbohidratos refinados y de rápida
absorción, que pueden ser consumidos al final de cada periodo de alimentación o
incluso entre una comida y otra” (García, 2018).
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